El argumento principal de este levantamiento cívico es la búsqueda de
más libertad. Más libertades cívicas, pero también de costumbres.
"Libertad para ir cogidos de la mano, para besarnos por las calles", explica uno de ellos.
El mensaje es claro: la otra Turquía no se resigna y quiere un cambio, ya sea con permiso del primer ministro o sin él.
Los jóvenes acampados en el parque aledaño a la simbólica Plaza
Taksim de Estambul han logrado un oasis de libertad ajeno a las
imposiciones de un Gobierno al que acusan de inmiscuirse en la vida
privada con leyes inspiradas en el islám.
El parque Gezi, donde acampan los activistas y donde comenzaron las
protestas por los planes de demolición de esa zona verde, ofrece una
imagen de la vibrante vitalidad de una sociedad que se siente asfixiada
por el paternalismo poco dialogante del primer ministro, Recep Tayyip
Erdogan.
En esa zona "liberada" a la que no entra la policía desde hace más de
una semana convive en paz un microcosmos cuyo principal nexo es su
oposición a Erdogan.
Allí pasan los días y duermen en tiendas de campaña nacionalistas
laicos, activistas kurdos, diversos grupúsculos izquierdistas,
feministas, activistas a favor de los derechos de los homosexuales,
ecologistas, hinchas de fútbol, miembros de minorías étnicas, como la
armenia, o religiosas, como la aleví, entre muchos otros.
Fuentes: Fotografía, El Universo.
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